Hace unos días saltó la noticia del empeoramiento de salud de Adolfo Suárez González, primer presidente del Gobierno de la democracia española y máximo responsable del proceso de Transición desde el régimen autoritario franquista. La noticia clave fue el anuncio de su hijo de la "inminente muerte" de su padre, en una breve rueda de prensa convocada para todos los medios y de forma que venía a decir que no superaría las próximas 48 horas. Sin embargo, los médicos no han respaldado ese anuncio y de hecho ha superado los dos días, de forma que se mantiene su situación crítica e irreversible respecto de su enfermedad neurológica. Y es que Suárez lleva más de una década sufriendo una larga enfermedad degenerativa junto con alzheimer, de forma que ya no recordaba que fue presidente del Gobierno. Una lástima, porque la agonía de Suárez es sin duda la personalización de la agonía de la calidad democrática y política de nuestros representantes. Tanto los que gobiernan, como los que pretenden gobernar.
Desde luego, lo primero que hay que denunciar es que muchos medios de comunicación lo hayan dado por muerto en este fin de semana. Lo más seguro es que no le queden más de unos días sufriendo en nuestro mundo, pero qué menos que tener un poco de dignidad y respeto. Ahora bien, sin duda la culpa es de su propio hijo, Adolfo Suárez Illana, anunciara de forma tan segura su fallecimiento cuando aún se mantiene estable dentro de su estado muy grave. Y en efecto resulta deprimente que la gente se refiera a él en pasado. Creo que no se ha manejado bien esta situación en estos días. También resulta chocante que gente que le criticó duramente ahora resulte que le esté halagando, prueba de la tremenda hipocresía de algunos de sus rivales políticos. Claro que también están los que se alegran de esta situación, que son siempre los mismos y no hace falta decir quiénes.
No es cuestión de recordar exclusivamente lo que hizo Suárez mientras fue político, sino especialmente el legado que dejó y cómo han actuado los políticos. Mirando atrás, el aún vivo ex Presidente gestionó de forma muy hábil un complicado proceso de Transición en medio de una elevada polaridad. Se atrevió a tomar decisiones muy difíciles, no ya con la presentación de muchos proyectos de ley reformadores sino en primer lugar la legalización de todos los partidos e incluyendo el Partido Comunista. Era importante su participación, dentro de una estrategia global de consenso. Su liderazgo fue posiblemente el mayor y más influyente que ha tenido un político español en muchísimo tiempo. Se hizo desde una perspectiva de centro, en la que cupieran tanto ciudadanos y políticas de izquierdas como de derechas. Inclusión y no exclusión. Lástima que en su propio partido las posturas divergentes fueron creciendo y rompiendo la unión, de forma que la construcción de la democracia demostró que el éxito del centro (por desgracia) se había limitado a la implantación inicial del sistema. Supo retirarse en el momento más apropiado y tuvo el valor de permanecer de pie mientras Antonio Tejero disparaba en el Congreso de los Diputados. En su segunda aventura, a bordo del Centro Democrático y Social, no tuvo tanta suerte porque no pasó de ser un mero partido de oposición, pero aún así volvió a impulsar un proyecto de centro político que capturó una parte importante del electorado. Hasta que casi toda ella se integró en el Partido Popular en 1993, de manera que el voto útil consolidaría un fuerte bipartidismo desde entonces hasta nuestros días.
Pues bien, ¿qué han hecho los políticos que le sucedieron y los actuales? Pues lo podemos comprobar. En los últimos veinte años del siglo XX han colaborado a la consolidación democrática, el desarrollo del Estado Social y Democrático de Derecho y a la racionalización del sector público, junto con la integración en la Unión Europea. Pero en el presente siglo XXI hemos vuelto a las polarizaciones. Una izquierda en España que siente complejo por ser de España y sentirse moralmente superior a los que no piensan igual (justificando barrabasadas como en Andalucía), una derecha corrupta y sin escrúpulos que coarta la libertad de expresión, las economías familiares y los derechos sociales y unos separatismos más agresivos que nunca, que definen quién es su ciudadano ejemplar y echan la culpa de todos sus problemas al Estado, mientras que no existe en absoluto rendición de cuentas de sus gobiernos regionales. En esta situación, es imposible que haya consenso y es que la crisis económica ha escalado a niveles sociales y políticos de forma alarmante. Nadie se preocupa por alcanzar puntos de acuerdo ni dialogar y a mí lo que me parece es que sólo piensan en derribar el enemigo. Es más, diría que hay tanto políticos como personas que SE ALEGRAN de que las cosas vayan mal y que no haya mejoras, tanto ahora con el PP gobernando como antes cuando estaba el PSOE. Hay quienes no soportarían que se saliera de la crisis con un partido que detestan y así tampoco se colabora a salir del túnel.
Hace falta una estrategia política más centrípeta, más orientada a confluir ideologías y rechazar los extremismos que están comiéndose la democracia. Y en ello tienen mucha culpa la mayoría de los partidos políticos. Al margen de ese aspecto que debería de guiar la actitud y orientación de los partidos, hoy por hoy el partido que humildemente pienso que mejor podría recoger los planteamientos y espíritu político de Suárez sería UPyD. Es importante que el centro político vuelva a tener importancia y peso en España. Ahora bien, hay que ser ejemplar en todos los aspectos. Y tampoco voy a tener reparos en señalar lo que no me gusta del partido del que soy afiliado. Porque hay cosas como esta que hacen mucho daño. También pienso que con el tema de ETA estamos gastando demasiado tiempo, aparte de que el enfoque sobre el tema catalán debe ser más conciliador y menos agresivo. Y ello a pesar de que nos tengan tanta tirria por allí. Sin embargo, a día de hoy sigo confiando en este partido y es el que me ofrece alternativas más sólidas.
No quiero terminar el post sin enviar un apoyo a la familia de Suárez y un abrazo al propio Adolfo que, en estos momentos, aún sigue vivo y merece cuando menos un respeto. No ya por su figura que ha sido y es referente para muchos cargos políticos y personas (y yo personalmente le admiro muchísimo) y lo que ha supuesto para la historia de España, sino también por su dignidad como persona.
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