Se acabó el veranito 2017. El estío en el que hemos escuchado hasta la saciedad el Despacito de Luís Fonsi y cosas peores, como Felices los cuatro de Maluma. Un verano en el que entre otras polémicas ha existido la de la "turismofobia", como reacción injustificada para protestar contra un modelo turístico que en abstracto por supuesto es revisable. Lamentablemente, también ha sido un verano en el que los terroristas han conseguido destrozar a varias familias. En fin, pese a todo ha sido un verano para descansar y recuperar fuerzas.
Por mi parte, después de muchos años ha sido un verano de descanso total. En otros, me hallaba estudiando oposiciones o inglés (ambas cosas en 2016, por ejemplo), mejorando el plan de la tesis (como en 2015) o preparando mi boda (en 2014). Esta vez sí que no he hecho nada más allá de poner en orden en casa y arreglar algunas cosas pendientes. Aproveché para leer un montón de cómics pendientes, terminar de leer un libro voluminoso, ver algunas películas que aún no había visto y jugar algunos videojuegos, como cumplir un montón de misiones y logros del Skyrim. Bueno, también ha habido espacio para salir de despedida de un amigo en Mojácar. Fue interesante probar el paintball.
El paintball es un juego para todas las edades, aunque es conveniente tener una forma física al menos aceptable. Se constituyen dos grupos que actúan en una especie de frente militar con barracas. Digamos que cada uno forma un comando que tiene que cumplir un objetivo concreto. Uno de ellos puede ser alcanzar la bandera del contrario y llevársela hasta su base. Todos van armados con unas pistolas grandes de aire comprimido que disparan unas bolas de plástico que contienen pintura verde.
Ahora bien, aparte de la pistola, todos los jugadores/as deben de portar una indumentaria que es facilitada antes de empezar: un mono, un peto para cubrirse el pecho y la espalda, un alzacuellos protector y lo más importante: una máscara con gafas protectoras. Está terminantemente prohibido quitársela. Y es que las pelotas de plástico pueden causar impactos dolorosos. De hecho, se recomienda no disparar a no ser que estés a diez metros o más del jugador. La alternativa, en caso de sorprenderlo a menos distancia es simplemente decir "muerto". Si una bola te impacta y en consecuencia explota la pintura, en caso de que te de por encima del codo o de la rodilla es señal de "muerto" y tienes que volver a la base. Para ello, se levanta la mano. De lo contrario, si se da por debajo del codo o rodilla se entiende como "herido" y puedes seguir avanzando.
Lo más normal es que en los grupos haya siempre alguien que se quede en la base en plan francotirador, mientras alguien va avanzando y el resto le va cubriendo. En cuanto a la cantidad de bolas, en la partida que contratamos nos daban 150 bolas a cada uno y luego podíamos recargar a 5 euros 100 bolas más. Parecen muchas bolas, pero en la práctica se acaban enseguida. Así que más vale utilizarlas bien y no desperdiciarlas a lo loco. La clave para ganar no es sólo resguardarse en las barracas, sino moverse muy rápido y tener compañeros que disparen a los contrarios para evitar que te den a tí antes.
Lo único malo de este juego es que en verano se hace muy incómodo llevar esta indumentaria. Yo terminé respirando por la boca y sólo duré la primera partida, dado que acabé reventado. Y eso que no llegué a moverme de la zona de la base y disparando hacia la zona rival. De cualquier manera, fue una experiencia divertida y al "novio" le encantó.
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