
Evidentemente los responsables de mantenimiento de la Torre Eiffel le dijeron que ni hablar, ya que para eso debía solicitar un permiso especial a la policía y al Ayuntamiento de París. Volvió a encontrar negativas, ya que consideraban que lo que proponía era un auténtico disparate, de forma que ponía en serio peligro su vida y podía poner en evidencia a las autoridades, aparte de que no se creían que el abrigo era tan fiable y milagroso como el sastre pensaba. Pero después de un tiempo insistiendo una y otra vez, al final le dieron el visto bueno con la condición de que Reichelt firmara un escrito por el que asumía que las autoridades no se harían responsables en el caso de que su arriesgado experimento saliera mal.
Y llegó la mañana del día 4 de febrero de 1912. Reichelt asistía ataviado de su peculiar abrigo con una estructura considerablemente grotesca, dejando una capa que ya intuía ser bastante poco efectiva. Se colocaron dos cámaras, lo que era un auténtico lujo para la época, que filmaran el evento, aparte de la asistencia de periodistas, de forma que quedase constancia documental sin trampa ni cartón. Un montón de curiosos se acercaron y esperaron impacientes para ver el resultado del salto. Tras posar para la prensa, Reichelt sube hasta el primer piso de la Torre Eiffel, a una altura de algo más de 50 metros del suelo, se aúpa a un taburete y pone un pie sobre la barandilla. Se le nota claramente como tiembla y titubea. No está seguro de su acción. En fin, veamos el vídeo y su… fatal desenlace.
A eso de las siete y pico de la mañana, Reichelt daba el salto y durante dos segundos la Ley de la gravedad imponía su fuerza de forma inexorable, abalanzándose el cuerpo del sastre hacia el suelo como una bala, sin llegar siquiera a planear nada. Tal fue el golpe que dejó un agujero que después fue medido por los curiosos. Con sólo 33 años fallecía un hombre que tenía un sueño, convirtiéndose en pesadilla. No obstante, la posterior autopsia declaraba que había muerto… de un paro cardíaco. Nunca sabremos si eso era cierto, pero existirán siempre muchas hipótesis. ¿Sabía que su invento iba a fracasar? ¿Sabía antes de tirarse que iba a morir pero prefería eso a avergonzarse de su retirada? ¿Confió en que podía convertirse en un héroe? ¿Quiso de alguna manera suicidarse para irse del mundo luchando por algo especial? Son misterios que nunca resolverán esta anécdota.
Sirva este post para el recuerdo de un hombre que, pese a querer luchar por hacerse un hueco en el mundo de la ciencia, considero que no eligió el camino más correcto. Pero mi total respeto ante esta figura. Sólo añadir que Reichelt inspiró un juego, una obra de teatro y un cortometraje que narra su vida.
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