domingo, 3 de mayo de 2015

Cine de ciencia-ficción de los años 50

En este ajetreado mes he tenido poquito tiempo para escribir en el blog y prueba de ello es que se alteró la publicación habitual de los domingos. En el presente domingo cuelgo una entrada con algunas críticas mías sobre películas. Se trata de un subgénero que no hace mucho descubrí, que es el de la ciencia-ficción de los años cincuenta. La mayor parte de esas películas tratan hasta cierto punto el tema de la Guerra Fría y las amenazas nucleares, interpretándolo en todo caso como una crítica al manejo de la gestión de estos aspectos. Otras tratan el tema de la amenaza comunista y también están las que se centran en extraterrestres, cuando aún no hallaba tan manido el recurso e estos. Casi todas ellas hoy día son olvidadas, pero merece la pena verlas. De hecho, forman parte de mi colección personal.


Tarántula (1953), como su nombre indica, tiene por protagonista a una araña gigante. En su contexto se percibe una fuerte crítica a los experimentos biológicos tanto con animales como con los humanos, al mismo tiempo que un mensaje de respeto a los seres vivos sin jerarquías ("todos tienen su función"). Su relato no es demasiado complicado, pero la película no aburre, gracias a su correcta evolución. Los actores cumplen con corrección aunque destaca sin duda el científico loco. No es una obra de fuertes efectos especiales, pero sí los suficientes como para que asombren en una película de mediados del siglo XX. La inserción de la tarántula está muy bien ejecutada, al margen de que se perciba algún fallo minúsculo pero perceptible en su movimiento y algunas escenas resulten demasiado oscuras. El sonido de tambores que acompaña a sus apariciones colabora a reforzar esa sensación de monstruo colosal que va creciendo. Por otra parte tampoco se abusa de intervenciones del monstruo, que de lo contrario hubiera empobrecido el desarrollo. Finalmente, tiene el aliciente de ver uno de los primeros papeles del gigante Clint Eastwood. Muy reducido de tiempo, pero acorde con su leyenda posterior.


La Humanidad en Peligro (THEM, en original) es una obra de 1954 y que critica el uso indiscriminado e irresponsable de las bombas atómicas a través de la invasión de unas hormigas gigantes, cuyo tamaño se explica por la radiación de las experiencias nucleares. El diseño de las hormigas es bastante correcto, tratándose de los años cincuenta y no se abusa demasiado de apariciones de ellas. La historia se centra en el debate del problema y soluciones alternativas por parte de políticos y militares, así como sus puntos de divergencia y división. Por otra parte, la película tiene también su lado documental y resulta curioso obtener pequeñas informaciones relativas al ciclo de la vida de las hormigas. Al igual que sucede también en la película anterior. Eso le añade más interés y entretenimiento a su desarrollo.


La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) es una obra cuyo sentido admite varias interpretaciones. Desde las políticas hasta las meramente psicológicas. La más extendida es la de una parábola de la obsesión ante la amenaza comunista en EEUU durante la guerra fría. Pero en mi opinión la veo más bien como una fuerte crítica al comunismo. Representándolo como una siniestra comunidad que va creciendo e intentando lavar el cerebro y anulando todo rasgo de diferenciación individual y de humanización. Y en ese sentido se explota el miedo a ser contagiado por el enemigo. La obra se divide en dos mitades bien diferenciadas. La primera corresponde a la fase de presentación del problema y de intriga y suspense, alternándose sospechas con investigaciones. Así como insertándose adecuados juegos y planos de cámara y luz. La segunda da paso al terror y es cuando asistimos a las mejores interpretaciones de los actores y la tensión aumenta progresivamente. Esta película ha marcado tanto que con el paso de los años se han hecho hasta tres remakes. El mejor de ellos es de 1978, con la intervención del mítico Leonard Nimoy y un joven Donald Sutherland, conocido hoy día por ser el antagonista de Los Juegos del Hambre (presidente Snow).




En 1957 se estrenó El hombre menguante. Es del mismo director que Tarántula, Jack Arnold. Y sin duda, es mi preferida del subgénero. En ella, un hombre sufre un extraño mal derivado de radiaciones atómicas: su tamaño se reduce con el paso del tiempo. Para representar esa disminución, la cámara juega con mayor habilidad que en otras precedentes como Tarántula. Que por cierto, aquí nos encontramos con otra y su intervención se encuentra mucho más lograda, siendo la escena de combate contra la misma una de las más recordadas. En todo momento se superponen las imágenes de hombre diminuto y araña con gran eficacia y credibilidad. En cuanto al tramo de la película en que el protagonista se enfrenta solo ante el peligro, asistimos a la escenificación de un escenario muy bien ambientado y resulta realmente curioso. En el global, el guión es bastante sencillo, pero ejecutado de forma muy inteligente. La historia, aunque juega con el planteamiento inicial de los riesgos de la radiactividad, se centra fundamentalmente en una lucha de autosuperación en todos los sentidos. Nadie es insignificante en el mundo, sino que tiene un tiempo finito y hasta para el más diminuto su existencia sigue teniendo sentido. Sólo se es pequeño si uno se rinde y no saca fuerzas de sí mismo para salir adelante pese a las dificultades.

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