Con motivo de los recientes intentos del austriaco Félix Baumgartner por batir el récord de Joe Kittinger, quién estableció hace 52 años la caída libre más larga con nada menos que 31 kilómetros de altura desde la estratosfera (no sin abrir el paracaídas finalmente), me apetecía recoger información sobre otras caídas libres no tan planificadas, sino más bien espontáneas y harto peligrosas. Resulta increíble pero en los tres casos que voy a enumerar la persona en cuestión salvó la vida de forma milagrosa. Me hubiera gustado publicar este post después del salto de Baumgartner, pero tendrá lugar este domingo si las condiciones meteorológicas son favorables. Espero que lo consiga, de hecho el Kittinger de hoy (84 años) le apoya para que logre batir cuatro récords con su caída desde nada menos que 36.576 metros. Incluso romper la barrera del sonido. Vayamos a continuación con los casos de enormes caídas involuntarias... y milagrosas.
El 26 de enero de 1972 se produjo
una gran explosión en el compartimento de carga delantero de un avión Douglas
DC-932 de una compañía yugoslava (JAT Airways) que viajaba de Copenhague a
Zagreb, a más de 10.000
metros de altitud. Se especuló con que pudo ser un atentado terrorista. A bordo viajaban 23 pasajeros y cinco
miembros de tripulación y la mayoría de los cuerpos fueron encontrados en el
área de la ciudad Srbrská Kamenice. Pero milagrosamente uno de ellos
sobrevivió: la azafata de 22 años Vesna Vulovic, que en el momento de la
explosión se encontraba en la parte de la cola. De hecho, permaneció intacta y
pudo servir de salvavidas al golpear una pendiente nevada y arbolada de una
montaña. Vulovic fue encontrada con fractura de cráneo y hemorragia cerebral y
se fracturó tres vértebras de forma que sufrió parálisis temporal en las
piernas, aparte de rompérselas. Fue sacada no sin un enorme sacrificio por los bomberos.
Su lucha por la vida, alrededor
de 17 meses en coma en el hospital fue seguida por todo el mundo. Pero eso sí,
al darle de alta no sólo pudo volver a caminar, sino que volvió a trabajar como
azafata durante 20 años más, pese a permanecer en ella un cierto sentimiento de
autoculpa por haber sobrevivido ella y nadie de los demás. Entró en el libro
Guiness de los Récords como la persona que sobrevive a una mayor caída libre
con 10.160 metros . Pero cuarenta años después del insólito
hecho, en este 2012, se ha puesto en duda la versión oficial de la caída del avión. Así,
ninguna organización terrorista reivindicó el hipotético atentado. Dos periodistas
de investigación, Peter Hornung y Theiner Pavel, han sacado a la luz documentos
de la autoridad civil checa que acreditarían que el avión pudo haber sido
confundido con un avión enemigo cuando intentó realizar un aterrizaje forzoso y derribado a “sólo” 800
metros del suelo por parte de un caza MIG checoslovaco.
Vulovic sufrió pérdida de memoria y amnesia y sólo recuerda embarcarse al vuelo y después despertarse
del coma en el hospital. Pero nada quita
para que sea una enorme luchadora por la vida.
Otra mujer que salvó la vida de
una fuerte caída libre fue Juliane Diller Köpcke, pasajera del vuelo 508 de la
compañía LANSA que tuvo lugar el día de nochebuena de 1971. El avión partió con
92 personas a bordo de Lima en dirección a Pulica en Perú y sufrió un accidente
in itinere que produjo que se incendiase. Esta pasajera cayó desde unos 2.000 metros de
altitud sobre la selva del Amazonas. Llegó con su butaca incluida y cayó sobre
la pendiente suave de una ladera, chocando con las copas de los árboles y
cayendo al suelo. Vamos, como una película de Indiana Jones sólo que real como
la vida misma.
Juliane permaneció inconsciente
tres horas y contempló un espectáculo dantesco de cacharros y cuerpos
desmembrados, aparte de una enorme nube de humo. Milagrosamente sólo tenía
heridas mínimas, una clavícula rota y un ojo morado. Pasó dos días tratando de
buscar ayuda, pero sólo encontró cadáveres como el de su propia madre. Total,
que empezó a vivir como una Robinson Crusoe de sexo femenino. Enfrentándose al
insoportable calor, a las picaduras de mosquito y al riesgo de encontrarse con
un animal salvaje. No en vano estaba a más de 600 kilómetros de la
población. Tras 9 días de viaje por la jungla, llegó a un río navegable y por
no robar una canoa se esperó a que volvieran los dueños. La llevaron al hospital y allí se
reencontró con su padre. En fin, una experiencia altamente emocionante. Actualmente trabaja
de bibliotecaria en Munich.
Otro caso sorprendente y respecto
del cual no existe duda alguna es el del sargento estadounidense Alan Eugene
Magee. El 3 de enero de 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, participó como
artillero en una operación de bombardeo contra los submarinos alemanes,
embarcado en un avión B-17. Pero justo un mes más tarde, dicho avión fue blanco
de un proyectil que destruyó un ala. Pero lo peor no era eso, sino que su
paracaídas había quedado totalmente inservible y se encontraba a más de 6.000 metros de altura
y con el avión en llamas. Fue entonces cuando el aparato entró en barrena y
recibió otro impacto. La fuerza centrífuga del avión que caía en espiral hizo
expulsar el cuerpo de Magee y fue entonces cuando comenzó la pesadilla. Durante
la caída libre su cuerpo alcanzó una velocidad de 200 km/h y llegó a perder
el conocimiento varias veces, para terminar estrellándose contra una claraboya
de la estación de trenes de Saint-Nazaire y cayendo finalmente al suelo del vestíbulo.
Magee tenía casi todos los huesos
rotos, graves daños en su pulmón y riñones, dientes rotos y el brazo derecho
medio desprendido. Asombrosamente permanecía con vida y es que al parecer los
cristales de la estación habían amortiguado el impacto aparte de la vestimenta
gruesa que llevaba, especializada para soportar el frío de las
grandes alturas. Hospitalizado durante dos meses y medio, consiguió recuperarse
y salvar su vida y su brazo. Al finalizar la guerra, en mayo de 1945, recibió la Medalla Aérea y el
Corazón Purpura. Pero ese no fue su único homenaje, pues en 1993 (50º aniversario) el pueblo de
Saint Nazaire colocó una placa recordatoria de su impresionante salto al vacío.
Incluso Magee se atrevió a visitar la estación de tren donde salvó la vida.
Falleció 60 años después del terrible accidente, a finales de 2003 por paro cardíaco y a la edad de 84 años. El siguiente corto-homenaje es una recreación de cómo
pudo ser la experiencia más terrorífica.
2 comentarios:
Milagro es poco decir. Hay que tenerlos bien puestos para hacer este tipo de cosas.
Por cierto, Feliz Bauggartner creo que volverá a probar mañana. Estaremos pendientes.
Un abrazo.
Parece ser que el día definitivo es mañana domingo. No es ni mucho menos la primera vez que salta desde varios kilómetros, pero romper la barrera del sonido es el factor de riesgo. Pero creo que saldrá bien.
Las personas del post no planificaron nada y vivieron una tragedia. Pero la vida les quiso perdonar y de qué manera.
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